Imagínense en un círculo con muchas otras personas. Toman la carta y la ven. Policía de nuevo. Ahora es momento de cerrar los ojos; ya cae la noche. El dios pasa por cada personaje y es su turno finalmente. Señalan al sospechoso, mas él no es el culpable.
Se levantan al ser de día y el dios anuncia que la víctima ha sido la persona del frente. Ya saben quién ha sido; solo una persona pudo haber sabido la habilidad del ahora difunto para desenmascarar asesinos. Entonces, al llegar la noche señalan al presunto culpable y resulta haber sido él.
Al llegar el día, logran que muera el primer mafioso, que en olimpiadas son la desmotivación y la pereza. Les empieza a gustar el juego. El primer triunfo los impulsa. Sigue así, vas por un buen camino, les dice. Sigue explorando.
Pero cuando llega la noche otra vez no tienen suerte, pues quien señalan no es mafioso. Al llegar el día, tienen el liderazgo del pueblo, así que matan al que ustedes creyeron que era. Lastimosamente, se han equivocado y ejecutado al doctor, mientras que otro civil ha muerto en manos de la mafia.
Lo mismo sucede en olimpiadas. Somos seres humanos, y a menudo nos equivocamos y caemos. Se podría manifestar en una clasificación que no se logra, una medalla que se pierde, un examen que queda en blanco. Pero cuando se tropieza n veces, hay que levantarse n+1.
El próximo sujeto que señalan es el culpable. Al despertar, están listos y listas para compartir su conjetura. Sin embargo, el carnicero les ha cortado una mano mientras dormían.
Las olimpiadas también tienen sus carniceros. La envidia, los celos, las dificultades económicas, las distancias, el poco apoyo, los intereses personales que interfieren con los colectivos, la burocracia, la falta de fondos, los aspectos negativos de la cultura,… en fin, a menudo hay más carniceros que mafiosos.
Y si son mujeres como yo, los carniceros les cortan la lengua. Pero anímense, porque estamos montadas sobre los hombros de gigantas.
Las partidas siguientes son similares y finalmente quedan ustedes con unos cuantos civiles. Entre ustedes se apoyan, defienden sus teorías, comparten su confianza. Sin sus votos, jamás podrían matar al último mafioso. Sería difícil lograrlo solo o sola. Lo mismo sucede en olimpiadas: es un trabajo colectivo. Somos parte de un equipo. Son incontables las ocasiones en las que he recibido consejo y apoyo de un compañero o compañera olímpica, lo cual me ha ayudado a continuar creciendo en la materia. De verdad que el apoyo que podrán encontrar en las personas solidarias que ya han recorrido un camino similar al de ustedes es sumamente valioso, así que no tengan miedo en preguntar. La gran mayoría de las personas que han participado en olimpiadas, o que están en la Comisión, están dispuestas a ayudarles. Muchas personas creemos en ustedes y en sus capacidades.
El último mafioso muere. El juego ha terminado, pero sigue otra partida. La continuidad de la mafia, dices tú.
Al final de cuentas, las matemáticas son un juego. Y estoy sumamente agradecida por todas las experiencias que he tenido en olimpiadas: las finales, las internacionales, las capacitaciones, los chats de WhatsApp, los chistes internos, los problemas extraoficiales, los amigos y amigas que he conocido, las risas, los exámenes, las lloradas.
A todos y todas ustedes les deseo lo mejor. Tienen el potencial para alcanzar el cielo y hasta traspasar la atmósfera (aunque los físicos les digan que no pueden). Por favor, sigan adelante, porque les prometo que su esfuerzo siempre rendirá frutos, sin importar su condición. Les ofrezco mi ayuda, de nuevo, y les deseo los mayores éxitos.
Me veo moralmente obligada a concluir con una frase pseudo-motivacional en idioma matemático. Amigues, somos series divergentes: no conocemos ningún límite.
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Hola. Escribí esto hace como dos años porque quería y lo publico en mi blog porque es mío.
Con amor,
nan.